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Donde reposan las palomas





Sorel garabateó sobre los andamios de la melancolía su último relato. Eran las cuatro de la tarde. El banco derruido de la plaza lo sostenía; si es posible que se pueda sostener a alguien que hace años es volátil, etéreo. La soledad se descubre en espacios abiertos. Las líneas de ese relato estaban impresas en su mente. Las repasaba una y otra vez. Eran los recuerdos de una vida tediosa y lejana. Descubría, ahí, que lo bello se dio siempre a partir de percepciones erróneas. Que la vida cotidiana es trágica siempre que no sea inusual. Y que lo inusual es efímero. Partió entre sus dedos una galletita y esparció las migajas sobre la vereda. Seguía dibujando el relato en su cavilación; uno termina padeciendo los recuerdos, los maldice. El olvido puede ser dulce también. Dulce como aquellas primaveras jóvenes, como las tardes y las lunas jóvenes. Al pensar en ello odió el recuerdo. Inclinó su cabeza hacia atrás y no encontró respaldo, lento cerró los ojos y entre sollozos se fue convirtiendo en un vago fantasma. Tres palomas se posaron sobre su arrugada piel, otra sobre su pelo blanco. Sorel no es un hombre en particular en alguna plaza cualquiera, sorel es un genérico que describe otra cosa. Sorel es donde reposan las palomas.         

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