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Mostrando entradas de septiembre, 2018

La tenacidad y el miedo

Hay un cuadro de una pintora Entrerriana, el cual, como todo buena expresión artística, dice más de lo que muestra. Muchas veces, la captación estética es solo una parte de la obra, y el tono sentimental o abstracto, digamos, se lo debemos a la interpretación de otros condimentos que matizan la obra; que la llevan a exaltarse, a sublimarse, a conmover. La autora es Carmen Hernández, y lo creó así:  Ella paseaba distraída por el monte cuando de pronto vio la imagen de un voraz y famélico gato cimarrón que espera agazapado, estático, sobre la rama de un gran algarrobo. La quietud del animal era tal que permanecía inmutable ante ruido o presencia alguna. A unos pocos centímetros, se encontraba el nido de un pájaro y sus pichones que el felino estaba acechando para alimentarse. Y un poco más allá, un camachuí calmo y sosegado, cuyo pequeño zumbido daba la musicalidad al momento. Y que a su vez, producían la turbación, la espera, e indecisión del gato, ya que el menor exabrupto haría

Domingo

Siempre he querido ser Bukowski. Parecerme a él, que me digan: Henry, Charly, Chinaski, Hank, no sé, parecerme. Poder tener ese arte de mezclar la cruda realidad, lo asqueroso del mundo, con la extrema poesía. Realismo sucio le decían los críticos para, como siempre, poder encasillarlo. Sucio es una palabra new age que busca evitar llamarlo maldito. Maldito es decimonónico, el escritor maldito ya no existe, murió con Baudelaire o Rimbaud, eso nos dicen. Ya no se puede decir maldito, es mejor decir sucio, esa forma de cambiar las palabras para que nada cambie. Estoy hablando de los ’80 o ‘90, cuando esto era corriente. Pero tampoco era beat, nunca quiso serlo. Realismo sucio le decían. Ya lo estoy imaginando riendo, ¡jajaja!, desconsolado por semejante blasfemia. Ya lo imagino diciendo: “Lo único sucio que hay aquí es esta camisa y esta habitación”, mientras empina una cerveza. Aquí le seguiremos diciendo, cariñosamente, maldito. Al viejito le gustaban todas; el juego, la mala vid

A propósito del 11 de septiembre

Que difícil que se hace, muchas veces, tomar en serio las efemérides. El aleatorio y exclusivo acto de rememorar. Siempre bajo una significación, bajo un precedente; nos imputan una identificación. Hay en la exaltación o en la omisión de una fecha un proceder que nos constituye ideológicamente. Esto sigue siendo un trajín evidente en el ámbito educativo. Parece que todavía hoy es necesario remarcar que todo trabajador de la educación es un actor político. Más allá de las necesarias y repetitivas palabras acerca de los valores y las bondades de quienes la llevan adelante, existe también una forma de educación que se desapercibe. La forma de quienes creen que no es necesario haber estudiado tanto, ni leído siquiera un libro, para cultivar el arte de educar. Sino que todo aquel, que de alguna manera, pueda percibir cualquier forma de injusticia y desigualdad, y que por decirlo así: la canalice sentimentalmente, y a partir de ello pueda, en el otro, generar alguna forma de indagación

Poemas

La terminal En la terminal, dos niños juegan en el andén Una señora espera silenciosa Jóvenes que van y vienen apurados Una pareja se suelta las manos Vendedores de enseres, de sueños, baratijas Una prostituta ansiosa En la terminal, un viejito ya no espera nada Un malabarista abrigado de dolor Un estudiante que está perdido La mugre del bullicio La melancolía de la terminal parece eterna Una joven estudiante; su maleta grande, su pansa vacía Un hombre camina serio, agotado Un libro que se deja leer en los ojos de un muchacho Dos personas se funden en un abrazo La vida, la realidad; pasan inertes por la terminal Es la oquedad, la apatía Una chica, sentada en sus pies, está por llorar Otra mira su celular En una esquina dos pibes se drogan La tristeza no es la terminal Pero es tan parecida En la vereda el nombre de una niña pidiendo limosna Una mujer con muchos niños Un barredor que no barre Un hombre que ofrece sexo al oído de u