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Domingo



Siempre he querido ser Bukowski. Parecerme a él, que me digan: Henry, Charly, Chinaski, Hank, no sé, parecerme. Poder tener ese arte de mezclar la cruda realidad, lo asqueroso del mundo, con la extrema poesía. Realismo sucio le decían los críticos para, como siempre, poder encasillarlo. Sucio es una palabra new age que busca evitar llamarlo maldito. Maldito es decimonónico, el escritor maldito ya no existe, murió con Baudelaire o Rimbaud, eso nos dicen. Ya no se puede decir maldito, es mejor decir sucio, esa forma de cambiar las palabras para que nada cambie. Estoy hablando de los ’80 o ‘90, cuando esto era corriente. Pero tampoco era beat, nunca quiso serlo. Realismo sucio le decían. Ya lo estoy imaginando riendo, ¡jajaja!, desconsolado por semejante blasfemia. Ya lo imagino diciendo: “Lo único sucio que hay aquí es esta camisa y esta habitación”, mientras empina una cerveza. Aquí le seguiremos diciendo, cariñosamente, maldito. Al viejito le gustaban todas; el juego, la mala vida, el alcohol, sobre todo los caballos. Y sin embargo, después, o antes, o durante esas travesuras; la literatura, la poesía. ¡Que maldita suerte!
Hay quienes dicen que en verdad era todo una puesta en escena, que siempre estuvo sobrio; como sus escritos, como su mente. A mí, como a tantos, no nos interesa ese mito, o mejor, preferimos pensar que si, que ese era él, despierto, con gente despierta siempre; como diría Luca. Predicar ese nihilismo tan autentico, esa eterna metáfora de la irrealidad del mundo, exponiendo el cuerpo, viviéndolo y contándolo tal cual es. Sin pruritos, sin ataduras. Desde el llano, siempre con una cerveza en la mano. También, es ese hombre que nos muestra una Norteamérica, un imperio desgarrado por dentro, que se consume interiormente con sus propios vicios, y que el ciudadano de a pie padece y sufre su propio desconcierto. Que es mentira lo del sueño americano. Pero así igual, cada vez que releo un poema del gran Hank me atrevo a todo; me animo a salir a la calle, a escribir, a llorar, a sentir. La bestialidad de Bukowski estaba en sus extremos. Nos dice: la verborragia, el barroco, o la cursilería, dejémosela a otros, nosotros somos crudeza y delirio, somos los que dicen que el amor es un perro del infierno. Cada día me levanto queriendo ser Bukowski, pero no me sale, me come la rutina y la mediocridad. Cada día me levanto queriendo escribir como él, y solo me salen tiernos halagos y malos versos. Me tengo que conformar con imitar su parte más cliché; su bohemia y su cerveza. Acodado en una barra pido una cerveza y al tocarla, por un segundo, me siento que soy aquel que escribió Post office. 

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