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Las llaves

 



Perdí mis llaves, se extraviaron inusitadas; y lo digo en tercera persona ya que no concibo la posibilidad de mí culpa. Ni siquiera un descuido, solo desaparecieron. La pérdida de un objeto con una funcionalidad tan clara me deja del lado de la intemperie. 
¿Por qué extraviar una llave nos desubica, nos aturde? Incluso, algunas veces, hasta nos entristece. 
Poseía el objeto tangible, no eran llaves digitales 
como sé que existen también; esas son imposibles de perder, tal vez si de olvidar. El olvido tiene el mismo valor que la perdida, si de llaves hablamos. También, las llaves simbolizan lo vedado, lo oculto, pero: ¿Qué hacemos cuando se nos es vedado el propio objeto de la ocultación? ¿Qué cosas nos suceden al momento de perder una llave? Además, claro está, de situarnos del lado de la intemperie. 
Tenerla, poseerla es, de alguna manera, adjudicarse un poder. Tener la potestad de controlar, de ocultar o develar algo. Una fortaleza ante el otro lado donde, sabemos, solo existe la intemperie. Y más aun, los seres destinados a las llaves: carceleros, celadores, serenos, banqueros, conserjes, porteros, mayordomos, los mismos amos de llaves. No son acaso, los dominadores y dueños de nuestras voluntades. No son ellos los que se imponen sobre nosotros; los descuidados perdedores de llaves. Estaremos perdiendo, también, esa batalla; la de comprender el sometimiento. Por lo pronto aquí y ahora, de este lado, inmensa; solo la intemperie.  

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