Justo cuando me siento a la mesa, a comer el veinticuatro, veo el tenedor a la derecha y el cuchillo a la izquierda del plato. Esa ubicación errónea que de inmediato notamos y que hace casi imposible el cometido de la cena si uno es diestro. Los tomo como están y mientras juego con ellos pienso en mil sinsabores. Pero claro, es víspera de navidad y hay que pensar en ella. Lo hago, me pregunto algo poco clásico: su porqué. De ahí que pienso en Nueva York, la ciudad que fue la capital simbólica del siglo XX y -tal vez, lo es todavía- la polis de la hegemonía mundial. Y que un lugar así se gana esa catalogación si es posible que, entre otras cosas, su literatura transforme la vida de tantos. Pienso que por esos lares y sentado como yo en alguna mesa de madera, hace no más de doscientos años, con su lápiz y papel, W. Irving y L. Frank Baum creaban e inventaban. T emporalmente separados por una generación compartían la profesión de escribir, y así estos conciudadanos construía...