Querido estudiante: Tanto
usted, como yo, sabemos lo que es, en verdad, el mes de diciembre. Trágico y
atosigado decurso del tiempo. Una etapa sin reflexiones ni zozobras, un momento
de incertidumbre lleno de escollos. No queda otra que atravesarlo sentado e
inclinado sobre las hojas de papel. Tratando de memorizar o entender inútiles y
extensos temarios, con la esperanza, tal vez heredada, de que esa labor nos dé
frutos en el futuro. Pero claro, no es fácil. Están las distracciones, el
apercibimiento, la nostalgia del porvenir, la angustia. Para evitar ello, les
tengo la solución: Intente usted superar sus metas con un viejo invento que
data del 1925, aunque difamado en otros tiempos, es hoy la mejor forma de
sobrellevar este mes. Estoy hablando del The Insolator de Hugo Gernsback. Con
este artefacto usted, no solo, logrará la concentración adecuada y fructífera
en sus lecturas sino que, además, logrará bloquear todo malestar, perjuicio, y
prejuicio también, que venga del exterior; del infame mundo que nos rodea, y
que puede (¿O definitivamente lo hace?) perturbar, molestar o incomodar sus
buenas intenciones. Es más, con él, le aseguro que no sólo aprobará los
exámenes. Además también, habrá de ser una persona que, por fin, se escuche a
sí misma, se aprecie. Una persona que no se deje influenciar por cualquier
cosilla rara que circula por ahí. Pruébelo está en oferta.
"El modo más seguro para ingresar a una costa desconocida es, y ha sido siempre, el estilo araña" -me lo había repetido una y otra vez-. Puesto que la persona ingresa al abismo con la protección y la seguridad de la tierra firme en la palma de las manos. No importa si las aguas están calmas o turbias. El mundo es una playa desmedida. La turbulencia o la quietud son solo apariencia, lo tenebroso es lo abisal; es el fondo, lo profundo. La gravidez de la espuma en los pies, la arena minúscula sosteniéndote y el sol sobre el ombligo. El modo araña es la forma de entrar al mundo, que es una playa desmedida. Miles de veces me lo dijo. Pero cuando atravesamos los médanos de la mano, y observó la playa desmedida que es el mundo: me soltó y corrió hacia ella, ¡vaya si corrió! Cuando sus pies tocaron el mar comenzó a dar saltos; como queriendo pisar sobre él, caminar sobre él, aunque solo salpicaba al hundirse. Luego se fue perdiendo en el horizonte. Muy retrasado llegué a la cost
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