Querido estudiante: Tanto
usted, como yo, sabemos lo que es, en verdad, el mes de diciembre. Trágico y
atosigado decurso del tiempo. Una etapa sin reflexiones y de zozobra, un momento
de incertidumbre lleno de escollos. No queda otra que atravesarlo sentado e
inclinado sobre las hojas de papel. Tratando de memorizar o entender inútiles y
extensos temarios, con la esperanza, tal vez heredada, de que esa labor nos dé
frutos en el futuro. Pero claro, no es fácil. Están las distracciones, el
apercibimiento, la nostalgia del porvenir, la angustia. Para evitar ello, les
tengo la solución: Intente usted superar sus metas con un viejo invento que
data del 1925, aunque difamado en otros tiempos, es hoy la mejor forma de
sobrellevar este mes. Estoy hablando del The Insolator de Hugo Gernsback. Con
este artefacto usted, no solo, logrará la concentración adecuada y fructífera
en sus lecturas sino que, además, logrará bloquear todo malestar, perjuicio, y
prejuicio también, que venga del exterior; del infame mundo que nos rodea, y
que puede (¿O definitivamente lo hace?) perturbar, molestar o incomodar sus
buenas intenciones. Es más, con él, le aseguro que no sólo aprobará los
exámenes. Además también, habrá de ser una persona que, por fin, se escuche a
sí misma, se aprecie. Una persona que no se deje influenciar por cualquier
cosilla rara que circula por ahí. Pruébelo está en oferta.
Hay un cuadro de una pintora Entrerriana, el cual, como todo buena expresión artística, dice más de lo que muestra. Muchas veces, la captación estética es solo una parte de la obra, y el tono sentimental o abstracto, digamos, se lo debemos a la interpretación de otros condimentos que matizan la obra; que la llevan a exaltarse, a sublimarse, a conmover. La autora es Carmen Hernández, y lo creó así: Ella paseaba distraída por el monte cuando de pronto vio la imagen de un voraz y famélico gato cimarrón que espera agazapado, estático, sobre la rama de un gran algarrobo. La quietud del animal era tal que permanecía inmutable ante ruido o presencia alguna. A unos pocos centímetros, se encontraba el nido de un pájaro y sus pichones que el felino estaba acechando para alimentarse. Y un poco más allá, un camachuí calmo y sosegado, cuyo pequeño zumbido daba la musicalidad al momento. Y que a su vez, producían la turbación, la espera, e indecisión del gato, ya que el menor exabrupto h...
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