En ocasiones la
ansiedad nos cuesta caro, aunque a la postre puede dar grandes frutos. Era
sábado de nochebuena; una escalera caracol con una ventana entreabierta su destino
inmediato. El tipo ascendió veloz, peldaño a peldaño, una mujer lo esperaba
para la cita. En su premura y agitación no alcanzó a ver el filo del batiente y
recibió el golpe que lastimó su cráneo y lo dejó inconsciente. En esos últimos días
del año ‘38 en Buenos Aires un hombre llamado Jorge Luis casi muere, y para muchos, ahí, nace una nueva literatura universal y formidable. No lo sabemos. No sabemos
si el golpe y los posteriores padecimientos cambiaron la forma de escribir de
ese personaje, sino es que en realidad tomamos un acontecimiento fortuito y lo
transformamos en premonitorio por simple alegato, o si; −como casi todo−, es
pura metáfora. En fin, que decir de un golpe que nos trasforma la vida, hay
golpes incluso indoloros que nos cambian para siempre; que transforman nuestra
forma de ser y de pensar. En definitiva, nunca sabremos si allí, con ese golpe,
la literatura Argentina se elevó inmensa. Pero es posible pensar que un golpe siempre
oportuno, aunque metafórico, nos conmueve y nos impulsa renovados. Si fuera así,
por qué no atrevernos a desear golpes inesperados.
Hay un cuadro de una pintora Entrerriana, el cual, como todo buena expresión artística, dice más de lo que muestra. Muchas veces, la captación estética es solo una parte de la obra, y el tono sentimental o abstracto, digamos, se lo debemos a la interpretación de otros condimentos que matizan la obra; que la llevan a exaltarse, a sublimarse, a conmover. La autora es Carmen Hernández, y lo creó así: Ella paseaba distraída por el monte cuando de pronto vio la imagen de un voraz y famélico gato cimarrón que espera agazapado, estático, sobre la rama de un gran algarrobo. La quietud del animal era tal que permanecía inmutable ante ruido o presencia alguna. A unos pocos centímetros, se encontraba el nido de un pájaro y sus pichones que el felino estaba acechando para alimentarse. Y un poco más allá, un camachuí calmo y sosegado, cuyo pequeño zumbido daba la musicalidad al momento. Y que a su vez, producían la turbación, la espera, e indecisión del gato, ya que el menor exabrupto h...
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