Los ilusos y torpes vivimos así; en medio de un
sueño inalcanzable. Adquirí una trompeta pensando en imitar a Chet Baker; su estilo
portentoso, su mágico swing, su suave ritmo: ¡Ay! No problem, no problem, no problem.
El loco de Chet me conmueve, pero estoy tan sólo cerca de su música por la mera
admiración. Con el tiempo (muy escaso por cierto) me di cuenta que tocar, al
menos parecido a él, me era imposible, tan siquiera tocar, en verdad, me era posible.
Tengo que alejarme de la música. ¡Ay! No problem, no problem, no problem. De todas
formas hay algo en él que me resulta más fácil de comprender y llevar a cabo;
su estilo de vida. Su locura fuera de la música. Su carácter aventurero. El ido y
antisocial que conmueve desde su arte virtuoso, aquello que para muchos es un mérito y que lo hace aún más extravagante. De todas formas sólo logro copiar, cada noche una y otra vez, su última escena en la ventana de Ámsterdam y ni así conservo su
estilo, su gracia. ¡Ay! No problem, no problem, no problem. Siempre me pareció
extraordinario lo que dijo Diego Fischerman: “Se dice que fue Miles Davis quien
lo dijo. Posiblemente haya sido otro. Pero la frase era cierta: un negro, para
ascender socialmente, tenía que ser boxeador o músico de jazz. Y en el boxeo, como
en el jazz, el gran mercado —es decir el mercado blanco— esperaba con fruición
la Gran Esperanza Blanca. Aquel que viniera a poner orden en esos desquiciados
rubros donde primaban, invariablemente, los negros. Y si la Esperanza no
aparecía, se la inventaba. ‘Parece que la música no se acepta de verdad hasta
que aparece un blanco capaz de hacerla’, se quejaba el genial trompetista Art
Farmer. ‘A Benny Goodman lo llamaron el rey del swing pero antes que él había
muchos otros con un swing de mil demonios. Así es el mundo.’ El endiosamiento
del maldito Chet Baker y, por supuesto, su condena, tienen que ver,
precisamente, con ello.” Mejor me voy de aquí en este momento, a seguir
soplando un sueño imposible o a cambiarlo por otro. ¡Ay! No problem, no problema,
no problem.
Hay un cuadro de una pintora Entrerriana, el cual, como todo buena expresión artística, dice más de lo que muestra. Muchas veces, la captación estética es solo una parte de la obra, y el tono sentimental o abstracto, digamos, se lo debemos a la interpretación de otros condimentos que matizan la obra; que la llevan a exaltarse, a sublimarse, a conmover. La autora es Carmen Hernández, y lo creó así: Ella paseaba distraída por el monte cuando de pronto vio la imagen de un voraz y famélico gato cimarrón que espera agazapado, estático, sobre la rama de un gran algarrobo. La quietud del animal era tal que permanecía inmutable ante ruido o presencia alguna. A unos pocos centímetros, se encontraba el nido de un pájaro y sus pichones que el felino estaba acechando para alimentarse. Y un poco más allá, un camachuí calmo y sosegado, cuyo pequeño zumbido daba la musicalidad al momento. Y que a su vez, producían la turbación, la espera, e indecisión del gato, ya que el menor exabrupto h...
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