Ir al contenido principal

Opciones



En una mañana fría. El profesor entra al primer año de un colegio de la periferia estatal. Cansado, agotado. En el gélido salón, ante la multitud de chicos y chicas, humildes y harapientos, con vos penosa dice:
Han traído el trabajito que les pedí (utiliza el diminutivo para no sonar tan brusco, sabiendo que resulta inútil).
Lentamente, se empieza a escuchar el ruido de los útiles en movimiento. Todos buscan entre sus cosas. Al momento, de atrás de todos, se levanta Luis, un famélico, moquiento y despeinado niño. Se acerca hasta el arruinado escritorio con sus manos detrás de la espalda como escondiendo algo. Se para frente al profesor y le dice:
Profe, le doy a elegir: ¿Qué prefiere, mi trabajo o lo que tengo en mi mano?
—¿Cómo dices? —Le contesta azorado el profesor.
—Si, elija qué prefiere. Debe elegir una o la otra. No vale cambiar.
Pero Luisito, ¿Qué tienes ahí detrás?
No sé. Usted elija y verá.
¿Por qué me propones esto? —Le dijo extrañado el profesor.
Usted nos dijo que hagamos un trabajo sobre nuestra familia y el barrio donde vivimos. Bueno, yo le doy a elegir —miraba el suelo, tímido—: ¿Quiere mí trabajo o la sorpresa que tengo detrás?
Todos los estudiantes en silencio, conteniendo el frío, el hambre y la apatía escuchaban el dialogo. El profesor hizo un gesto, miró todo el salón. Se levantó de su silla destartalada y le dijo:
Escojo lo que tienes detrás.
El niño volvió sus manos sucias hacia adelante. Con ellas bien estiradas abrió despacio ambos puños. En el izquierdo tenía un pequeño caramelo de leche viejo y amohosado. Al ver la pasividad del profesor le dijo:
Usted eligió. Aquí tiene. Es de usted, cómaselo.
Después de otro gesto, el profesor tomó el caramelo con dos dedos. Le quitó el envoltorio y lo comió. Retrocediendo hacia la pizarra rota, le ordenó:
Ve a sentarte.
Seguían todos en silencio. Inertes. Mientras Luis se sentaba. El profesor hacia lo mismo. Masticando el caramelo pensaba en la dulzura; esa de elegir la opción correcta.           

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La tenacidad y el miedo

Hay un cuadro de una pintora Entrerriana, el cual, como todo buena expresión artística, dice más de lo que muestra. Muchas veces, la captación estética es solo una parte de la obra, y el tono sentimental o abstracto, digamos, se lo debemos a la interpretación de otros condimentos que matizan la obra; que la llevan a exaltarse, a sublimarse, a conmover. La autora es Carmen Hernández, y lo creó así:  Ella paseaba distraída por el monte cuando de pronto vio la imagen de un voraz y famélico gato cimarrón que espera agazapado, estático, sobre la rama de un gran algarrobo. La quietud del animal era tal que permanecía inmutable ante ruido o presencia alguna. A unos pocos centímetros, se encontraba el nido de un pájaro y sus pichones que el felino estaba acechando para alimentarse. Y un poco más allá, un camachuí calmo y sosegado, cuyo pequeño zumbido daba la musicalidad al momento. Y que a su vez, producían la turbación, la espera, e indecisión del gato, ya que el menor exabrupto h...

Las llaves

  Perdí mis llaves, se extraviaron inusitadas; y lo digo en tercera persona ya que no concibo la posibilidad de mí culpa. Ni siquiera un descuido, solo desaparecieron. La pérdida de un objeto con una funcionalidad tan clara me deja del lado de la intemperie.  ¿Por qué extraviar una llave nos desubica, nos aturde? Incluso, algunas veces, hasta nos entristece.  Poseía el objeto tangible, no eran llaves digitales  – como sé que existen también – ; esas son imposibles de perder, tal vez si de olvidar. El olvido tiene el mismo valor que la perdida, si de llaves hablamos. También, las llaves simbolizan lo vedado, lo oculto, pero: ¿Qué hacemos cuando se nos es vedado el propio objeto de la ocultación? ¿Qué cosas nos suceden al momento de perder una llave? Además, claro está, de situarnos del lado de la intemperie.  Tenerla, poseerla es, de alguna manera, adjudicarse un poder. Tener la potestad de controlar, de ocultar o develar algo. Una fortaleza ante el otro lado ...

La bendición del agua a los rayos celestes

Siguiendo a Camus, en su Sísifo, en algún momento siempre debemos elegir. Elegir entre sumisión o desobediencia. Y cuando esto es frente a una decisión o voluntad divina, esa decisión se nos torna mortal o definitiva. Hay en ello una expresión clara de las formas de dominación ante la absoluta libertad. Pero en esta oportunidad, para el Rey mitológico griego, el castigo termina siendo una dicha; la dicha del hombre en conciencia, de lo absurdo en alegría silenciosa, de la felicidad de la negación de los dioses. El mover una y otra vez la roca en conocimiento de su destino, en plenitud de saberse puramente humano, desestimando lo divino, Sísifo, es el hombre emancipado que elige las bondades de la tierra ante todo en este mundo irracional. En algún punto, siguiendo otra alegoría, el ser humano también podría ser la roca. Una roca maquinal. Autómata. Una roca que de no ser por quien la eleva hacia la cumbre, con su esfuerzo manual, estaría perpetuamente inmóvil, o peor aún móvil...