El lado oscuro del corazón es sinceramente
profunda. Explora el alma Latinoamérica desde el arte poético. Es puro sentir poético explícito.
Esto tal vez resulte una tautología pero es que; es así, literal, es poesía en
celuloide, es consecuente con una de las mayores expresividades literarias; la poética. Demuestra que se
puede ir desde el tercer al séptimo arte y construir, así, una argamasa perfecta.
¿Qué se le habrá pasado por la mente a Subiela cuando la ideó? Esa escenografía,
esos lugares rioplatenses que nos muestra parecen ser: precisos, idénticos,
comunes a aquellos donde antaño los poetas compusieron los versos que la componen. Nunca sabremos si efectivamente fue allí donde se crearon, pero es posible pensarlo de ese modo. Es increíble que el film se concibiera en los noventa; aunque no tanto, ya que revela el concreto y fehaciente
antagonismo entre la expresión artística y la tragedia de su tiempo. Esa década que intentó anular y combatió el espíritu
crítico, esa época que dejó atrás, muy lejos, la transición democrática le nace esta película; con la vanguardia y la estética
de otro cine. Aquel otro cine; el cine de los confines, con su complejidad y su
belleza. Vuelvo a decir: su espíritu, el que nos devuelve la pasión por lo
nuestro. Por el nosotros. Sin dejar de lado lo que también nos atraviesa a todos; la
impiadosa sentimentalidad humana, la nostalgia. En cada toma y en cada imagen, aunque
sepamos que es Grandinetti, estamos viendo y escuchando a Gelman, Girondo o Benedetti; a la poesía
del Plata hecha película.
Hay un cuadro de una pintora Entrerriana, el cual, como todo buena expresión artística, dice más de lo que muestra. Muchas veces, la captación estética es solo una parte de la obra, y el tono sentimental o abstracto, digamos, se lo debemos a la interpretación de otros condimentos que matizan la obra; que la llevan a exaltarse, a sublimarse, a conmover. La autora es Carmen Hernández, y lo creó así: Ella paseaba distraída por el monte cuando de pronto vio la imagen de un voraz y famélico gato cimarrón que espera agazapado, estático, sobre la rama de un gran algarrobo. La quietud del animal era tal que permanecía inmutable ante ruido o presencia alguna. A unos pocos centímetros, se encontraba el nido de un pájaro y sus pichones que el felino estaba acechando para alimentarse. Y un poco más allá, un camachuí calmo y sosegado, cuyo pequeño zumbido daba la musicalidad al momento. Y que a su vez, producían la turbación, la espera, e indecisión del gato, ya que el menor exabrupto h...
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