Como uno se crea sus propias obsesiones, pienso. Y el mundo manso, inexpresivo
a la particularidad. Y uno (cuando digo uno me refiero a mí mismo) empeñándose
en improbables, haciendo futurología, predicciones siempre favorables. Quién me
manda a pensar semejantes cosas. Una noche joven, un tibio parpadeo y un gramo
de autoconfianza se mezclan para birlarte la vida (o unos años por lo menos).
Una fijación aleatoria y la espada de Damocles ya te atravesó mil veces. ¿Harán
mal las obsesiones? Ligero viento de vanidad. No somos la única particularidad
de mundo, pienso. Ni el colmo de una noche joven, ni el reflejo de un tibio
parpadeo, pero tal vez si somos prisioneros de un gramo de autoconfianza.
Mejor, antes de ensoñaciones y vanidosos vientos, me consuelo pensando en el
último amparo: el de la razón ¿Se creará uno sus propias obsesiones?
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