Sabido es que luego de la tormenta acaece la calma −siempre que llovió; paró. Anuncia el dicho popular−. Para ciertos originarios americanos las tormentas eran el enojo de los Dioses, el descontento de los astros. Que al cesar expresa su divina piedad y conmiseración. Pero claro, ellos no conocían el idealismo Hegeliano que, de alguna manera, da otra impronta a esa teoría teológico-climática. Quien sí tomó las ideas del gran Friedrich fue Karl Marx para, luego, dar forma a toda su obra. Marx era, podemos decirlo así, un hombre en la continua tormenta, su vida era tormentosa en muchos sentidos. Pero eso no le impidió ponerse a pensar, y a pensar en grande… Uno de sus mayores héroes −oh paradoja que el propio Marx tuviera héroes− fue el activista Louis Auguste Blanqui. Tal vez aquella admiración fuera por su lucha inclaudicable, o quizás aún por ser otro hombre en la tormenta. Es indudable que lo era también; desde sus avatares políticos hasta sus largas estancias en la cárcel comprueban que, el francés, vivió en la tormenta. Paradójicamente Blanqui escribió un portentoso libro que sirvió de inspiración a muchos intelectuales: “La eternidad a través de los astros” donde revive las “hipótesis astronómicas”, si; como aquellas de los pueblos ancestrales. Volver a la historia es atreverse a pensar, o por lo menos a preguntarse: ¿El hombre que acude a pensar, por mas tormenta que lo circunda y agobie, valdrá como héroe? Será entonces que: ¿Cuándo una fosca tormenta nos persigue; pensar es poder salirse de ella?
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